3 de marzo de 2019

El Caso del ''Artistarita'' (Parte 1)


 ¡Hola a todos! Soy Juanma o, como se me conoce en Twitter, @JuanmaElric. A partir de ahora colaboraré de vez en cuando en el blog. Mis entradas tienen un estilo distinto a las de Isa, ¡pero espero que os gusten igualmente! ¡Un saludo y disfrutad leyendo!



–... y por lo tanto, mi conclusión es que los ríos y las rías son lo mismo, ¡pero las náyades le cambiaron el nombre para confundirnos! –La joven de pelo castaño puso una sonrisa triunfal mientras se ajustaba las gafas con una mano y sujetaba el volante del coche con la otra, orgullosa del argumento que acaba de dar a su acompañante.
Al oír esto, la chica de pelo negro que se sentaba a su lado soltó un suspiro de exasperación mientras pasaba páginas en su tablet.
–Irene, llevamos exactamente 51 minutos con esta discusión, y no paro de repetírtelo. Aunque sean palabras parecidas y sean masas de agua, una es una corriente de agua dulce y otra es un cúmulo de agua de mar. Es como decir que el zumo de limón y el de lima son el mismo porque ambos son zumos de frutas.
–¡Es que lo son! Ambos tienen sabor ácido y son cítricos. ¡Te centras demasiado en los detalles, y no en lo elemental, mi querida Mary!
–Pues es preocupante para nuestro trabajo que no te centres en los detalles, la verdad –dijo Mary mientras se encogía de hombros y negaba con la cabeza–. Pero bueno, espero que al menos no le cuentes tu teoría cítrica a nuestro cliente. Por lo que sé es una persona tranquila, pero dudo que a ningún dueño de bar le guste oír esas cosas –Tras decir esto, Mary echó un vistazo a una aplicación de GPS de su tablet y dijo–: Ya estamos en la calle Duque de Robles. Aparca donde puedas, que el bar de batidos está a la vuelta de la esquina.
–¡Señora, sí, señora!
Irene hizo un saludo similar al que se le hace a un militar y aparcó el coche en paralelo entre dos motos. Tras ello, las dos chicas salieron del coche, Irene sacó un maletín del maletero y cerraron tanto el maletero como el coche, para dirigirse acto seguido hacía el edificio que estaba a unos metros.

Al estar de pie la una junto a la otra se notaban claramente las diferencias entre las dos chicas, tanto físicas como en personalidad. Por un lado, Irene tenía pelo de color castaño, ondulado y bien peinado y a media altura, era bajita, estaba gorda y andaba con paso firme y decidido, directa hacia cualquier lugar al que sus pies se dirigieran; por otro lado, Mary tenía pelo largo, liso, negro y despeinado, con extremos apuntando a todas direcciones, era de estatura media y bastante más delgada que Irene, y tenía unos andares pausados y perezosos, parándose a menudo a observar objetos que veía por la calle con sus ojos marcados por las ojeras. Por lo que respecta a su vestuario, Irene llevaba lo que ella consideraba una ropa propia de su oficio: unos pantalones y chaqueta de color ocre, esta última encima de una camisa blanca y complementada con una corbata marrón y una boina con visera del mismo color. Por otro lado, Mary, que no compartía el estilo de su compañera, meramente llevaba una sudadera con capucha gris con un dibujo de una lupa y unos pantalones cómodos de color azul oscuro.

En cuanto al edificio al que se dirigían, se trataba de un establecimiento bastante pintoresco, con una fachada con un aspecto relativamente nuevo que contrastaba con las de los negocios contiguos. En el letrero se podía leer el nombre del lugar ”Bartidos”. Al leer el título, Irene soltó un comentario con una risita. –Se ha comido el coco con el nombre, ¿eh, Mary?
–Por favor, Irene, meterte con los clientes no es bueno para el negocio. –Aun habiendo dicho esto, su ligerísima sonrisa hizo evidente para Irene que el comentario le había hecho gracia.
Acto seguido volvió a su expresión seria y continuó–: Además, te he oído hacer chistes peores. En fin, entremos antes de que te oiga insultarle más, ya que según la excesivamente larga ficha personal que nos mandó, es ‘‘un elfo con un gran oído’’.
–¡Desde luego que lo soy!
Una larga figura les abrió la puerta. Era delgado y bastante más alto que Irene, pero a Mary solo le sacaba una cabeza. Tenía una mirada afilada, un pelo largo y rubio y unas orejas picudas. Llevaba un pantalón negro, una camisa verde y un delantal blanco sobre la misma. El delantal estaba lleno de manchas de distintos colores y formas de las que surgían olores afrutados.
–Y desde luego, tengo que probar los cocos en cada tanda que me mandan, ¡mi batido de coco ha recibido muchos elogios! –Se cruzó de brazos con una sonrisa altiva, para después preguntar–: En cualquier caso, ¿qué desean de mi persona?
Irene miró de reojo a Mary con una sonrisa pícara, como diciéndole que quería seguir tomándole el pelo, pero la expresión seria de su compañera era un claro indicativo de que no era el momento, de modo que se aclaró la garganta rápidamente y exclamó unas palabras que claramente estaban ensayadas.
–Cuando la sombra de los criminales acecha a las buenas gentes de esta ciudad, dos luces se alzan para combatirla. ¡Puede respirar tranquilo, ciudadano, pues se encuentra ante las dos mejores detectives esta gran ciudad: Irene Marple y Mary Hyde!
Su discurso culminó con una pose en la que se puso una mano en la cadera, y con la otra sujetó la visera de su gorra marrón. Mary mantuvo una expresión desinteresada, con una mano en su tablet y la otra metida en el bolsillo interior de su sudadera, y solo sacó dicha mano para hacer un sencillo saludo con ella.
–No está mal la puesta en escena, pero os falta coordinación y elegancia. No me siento impresionado –dijo el cliente con un deje condescendiente–. Pero bueno, se ve que sois las detectives con las que contacté por correo electrónico. Pasad, pasad, ¡y sed testigos de la gran tragedia que ha acaecido sobre Éldelbar, el artista incomprendido!

A Irene le molestó un poco ese comentario, pero procuró dejarlo pasar. Respetar las peculiaridades de los clientes era parte del trabajo. Irene y Mary entraron en la tienda y se encontraron lo que parecía ser la escena de un crimen. El suelo estaba manchado en varias zonas con zumos y batidos de diversos colores, así como de restos de diversas frutas espachurradas, y había un olor en el aire que solo podía identificarse como el de una macedonia de frutas. En una de las paredes estaba escrita la palabra “Vertido” con zumos de tonos rojos, y todavía goteaba líquido de varios de los surtidores. Encima de varias de las manchas se divisaban a su vez varios puntitos de algo brillante, pero desde la puerta no se podía distinguir qué eran exactamente.
–Desde luego este lugar parece estar “zumido” en el caos, ¿no crees, Mary?
Irene dio un ligero codazo a su compañera. Estaba convencida de que sus chistes le hacían gracia a Mary, aunque no soliera expresarlo con minucias tales como risas y demás. De todas formas, Mary tampoco era una persona muy expresiva, así que para Irene hasta la más mínima curvatura hacia arriba de su boca le parecía un éxito.
Sin levantar la mirada de su tablet, y aparentemente ignorando la gracia de su compañera, Mary mandó un mensaje con su tablet a Irene para que su cliente no la oyera:
–“No me cae bien este cliente. Interrógalo tú mientras yo examino la escena del crimen”.
Antes siquiera de obtener respuesta de Irene, se puso unos guantes de látex, y se dispuso a investigar la zona. En primer lugar examinó las ventanas y cerradura de la puerta.
–Mm, la cerradura está intacta y no hay signos de que hayan forzado la puerta o las ventanas… –Mary anotó los datos en su tablet, y, aunque tuviese dudas razonables sobre cómo pudo entrar el culpable, prefirió esperar a haber recopilado más información antes que elucubrar en base a las primeras pistas obtenidas.
Cuando terminó de escribir, se dirigió hacía las manchas de zumo y empezó a tomar muestras de las diversas sustancias allí derramadas, para después abrir una solapa de su tablet e ir echándolas una a una para analizarlas.
–Zumo de tomate, batido de fresa… No parece haber nada fuera de lo normal… Mmm, ¿qué es esto?
Encima de varias manchas de sirope encontró unos polvos brillantes, los cuales estaban pegados al mismo. Del maletín de Irene sacó una espátula y arrancó un trozo de ese sirope manchado de los polvos, y empezó a analizarlos en su tablet.
–Tsk, tendrán que separarse los dos elementos primero, la licuación va a tardar... –masculló entre dientes mientras se rascaba su despeinada cabeza, para acto seguido seguir investigando otras zonas de la sala, escuchando de vez en cuando trozos del testimonio de Éldelbar.

Mientras Mary examinaba la escena, Irene mantuvo una charla con Éldelbar sobre lo sucedido, con una libreta y un bolígrafo en sus manos para tomar nota. Tenía un brillo en la mirada, pues obtener los primeros datos del caso, las primeras piezas del puzle, siempre la emocionaba y estaba deseando empezar a encajar las pistas.
–Dígame, entonces, ¿qué sabe sobre lo ocurrido?
–Ah… para responder a tal pregunta es necesario que me siente para recomponerme.
El elfo acercó una silla cercana y se derrumbó sobre ella dramáticamente. Gesticulando y posando de formas poco eficientes para contar una historia, continuó:
–Pues bien, ayer, tras finalizar la jornada, estuve un rato más de lo normal dentro del establecimiento porque, verás, soy lo que en algunos círculos se puede considerar un ‘‘artistarita’’, término que yo mismo he acuñado, pues soy a la vez un artista y un sibarita. Mi trabajo no consiste solo servir bebidas frías, ¡también viene con el deber intrínseco de crear nuevos brebajes, de innovar y crear sabores nuevos que deleiten los paladares de los sibaritas que vienen aquí! Y de la gente que no sabe apreciar mi talento también, supongo… –Al hablar de esa otra gente se cruzó de brazos con una expresión molesta en la cara–. Eh, ¿lo estás anotando todo? Es importante.
–¿Eh? ¡Ah, sí, sí, todo anotado! –En realidad no tenía nada anotado, pues nada de esa información parecía relevante–. Pero ¿podría ir al grano? Y céntrese en lo esencial, por favor –Irene se estaba empezando a impacientar, pero procuró mantener una sonrisa cortés, aunque el repiqueteo de su bolígrafo contra su libreta la delataba.
–Pse, ¿ir al grano? ¡Pero si aquí no trabajamos con arroz! En fin, como te iba diciendo… Tras una conferencia de media hora sobre los matices de los batidos según las frutas que les eches y sobre cómo nunca se debe echar arroz en los zumos, durante la cual la sonrisa de Irene se iba haciendo cada vez más forzada según su paciencia disminuía, finalmente llegó a la parte relativa al suceso.
–Tras cerrar la puerta del establecimiento, me dirigí hacia mi morada, y cuando retorné al día siguiente, ¡oh, tragedia!, me encontré con esta escena.
–O sea que después de todo este rollo seguimos en el punto de partida. Seguro que Mary sabía que iba a ser de esta clase de cliente –pensó Irene para sus adentros–. ¿Echa en falta algún bien u objeto de valor?
–No, mis pertenencias siguen aquí, salvo que como puedes ver están todas desperdigadas por el suelo. Esto parece hecho por un agente del caos, ¡pues solo está destrozado por el simple placer del destrozo! –Éldelbar bajó la mano que había alzado hacia el cielo y la cerró en un puño, haciéndola temblar ligeramente de rabia contenida–. ¡Y sé quién es ese agente, por mucho que la policía me diga, “¡no se puede acusar a alguien sin pruebas!”, yo estoy convencido de que esta debacle es obra suya!
–¿Oh? ¿Por fin una posible pista? –pensó Irene, sin poder ocultar su alegría porque por fin su cliente parase de irse por la tangente–. ¿A quién se refiere? ¡Cuénteme!
–Ju, ju, ju, me alegra que me hagas esa pregunta. ¡Sin duda tu eres una agente del orden! ¡La culpa es del dueño de la frutería de enfrente, sin duda alguna! Desde que me instalé aquí ha sido mi más acérrimo rival, ¡y más desde la singular batalla que libramos! No entraré en detalles, ¡pero todo fue por su culpa, por decir que deberían tirarme tomates a mí y a mi establecimiento! Me disgustó tanto que desde hace un tiempo he retirado todas las recetas que incluyan tomate. –En ese momento se quedó callado durante unos segundos con una mano sobre su frente, para después dar un golpe con su puño en la palma de su otra mano–. ¡Es más! Llevo días viéndole merodear por mi establecimiento pero nunca entra. ¡Sin duda estaba buscando brechas en mi sistema de seguridad para colarse cuando menos lo esperara!
Irene se sorprendió de cuánta información había salido de esas últimas frases, sobre todo teniendo en cuenta las divagaciones de sus previas declaraciones.
–Entiendo, esa información puede ser de utilidad, pero espero que comprenda que necesitamos investigar un poco más antes de acusar a nadie, señor Éldelbar. –Irene se dirigió entonces hacia Mary, y le dijo–: ¡Eh, Irene, tengo una pista! ¡Voy a la frutería de enfrente! ¿Cómo vas por ahí?
–El análisis de una de las pruebas se está tomando su tiempo –Gruñó ligeramente, pues por muy buena que fuera su herramienta, hay casos en los que el proceso de análisis trae problemas–. Pero por lo demás he terminado. Te acompaño.
–¡Estupendo, vamos entonces! No se preocupe, Sr. Éldelbar, ¡encontraremos al culpable!
Antes de salir, Irene sacó su móvil y respondió al mensaje que le mandó Mary hace un rato.
–“Por encasquetarme el interrogatorio de este tipo, que sepas que te toca limpiar el baño del despacho la próxima vez”. –Mary leyó la respuesta en cuanto le llegó y respondió mostrando una media sonrisa.