14 de marzo de 2020

Despropósito

No había plantado un árbol, sino 100. No había escrito un libro, sino 10. No tenía un hijo, sino 2.

La naturaleza estaba en deuda con ella, pero eso no significaba que ella estuviera tranquila. La fama le precedía, pero eso no significaba que ella estuviera satisfecha. Había criado a dos hijos como dos soles, pero eso no significaba que estuviera completa.

Había hecho todo lo posible por acercarse a ese ideal de felicidad. ¿Quizá estaba pidiendo demasiado? Llevaba años y años pensando en qué había hecho mal. Pensando en por qué ella no obtenía la plenitud que otras personas sí alcanzaban. Pensando en cuándo conseguiría hallarse en paz consigo misma.

Decepcionada por no llegar a la meta, se resignó. Aprendió a vivir con lo que tenía. Fue entonces cuando empezó a disfrutar de las pequeñas cosas que tenía cerca. De la suave brisa que jugaba con las hojas de los árboles. De la idea que se le había ocurrido para su próximo libro. De las risas de sus hijos desde la otra punta de la casa. Al fin, cuando dejó de buscar, se topó con la dulce melodía que llenaba su vida.