24 de julio de 2019

Broca (II)

- Sí, muy bien, poned las plantas ahí, cerca de la entrada. Con eso en su sitio, solo falta extender la alfombra roja y ya lo tendremos todo preparado para la entrega de nuestros Oscar particulares. Nunca se sabe cuándo puede ser el gran año…

Ricardo, fundador de la editorial que esa misma noche celebraba su día grande y presentador de la gala, estaba acabando de organizar los elementos que causarían la primera impresión del evento. Por ese motivo, estaba calculando milimétricamente su disposición, porque todo debía tener por objetivo atraer la atención de todo aquel que pasara por la avenida principal. Ya era la tercera edición de los premios y, como cada año, el hotel más prestigioso de la ciudad abría sus puertas y cedía una de sus salas de conferencias para acoger aquel acontecimiento. Lo hacía con la única condición de que todo corriera a cuenta de la institución organizadora; esa era su forma de apostar por el talento local.

No se podía decir que la editorial contara con suficiente presupuesto como para hacer algo ostentoso, pues era más bien bastante modesta y con una trayectoria no demasiado larga. Sin embargo, gozaba de relativa repercusión entre aquellos a quienes les era atractivo estar al tanto sobre posibles futuros escritores en mayúsculas, por eso optaba por sacrificar una parte del coste de los premios en organizar esa pequeña gala a modo de entrega y exposición del relato ganador. De este modo, no solo conseguía dar un pequeño empujón tanto al primer premio como a los finalistas, sino que el evento también ganaba cierta repercusión en la prensa, sobre todo la local, en las redes sociales y, algún día, por qué no soñar, en la televisión.

La gala estaba a punto de empezar. Ricardo, enfundado en el esmoquin que solo lucía una vez al año, estaba cerca del escenario para subir a escena dentro de escasos minutos. Él no formaba parte del jurado, ya que consideraba que desconocer el relato ganador le ayudaba a mantener la expectación y, de paso, a tener una reacción más natural cuando entregara el premio. No obstante, sí le gustaba leer todos los relatos finalistas, hecho que provocaba, obviamente, que tuviera algún que otro favorito. La composición de Martín, entre otras, lo cautivó, consiguiendo así que una parte de Ricardo quisiera que ganara. El presentador era también el encargado de dar la bienvenida a los finalistas, por lo que estaba sobre aviso de que faltaba uno de los escritores, y temía que la ausencia fuera de uno de sus favoritos.

Esperaron unos minutos, unos pocos más que los que se suelen dejar por cortesía, pero la gala de premios no podía demorar más su pistoletazo de salida, de modo que dieron inicio sin la presencia de Martín. Tras una introducción demasiado extensa, unos cuantos agradecimientos a las entidades colaboradoras y algún que otro comentario con un toque de humor, se procedió a conocer al ganador. Del sobre salió un claro “Martin Summer” y todo el público comenzó a aplaudir. Pero nadie subió al escenario para recoger el galardón. Impaciente, Ricardo volvió a nombrar al ganador. El resultado fue el mismo. Era la primera vez que pasaba algo así y no sabía cómo actuar. Así que, un tanto desconcertado, y de forma inesperada dada la corta duración de la gala, decidió conceder un descanso de 15 minutos e intentar averiguar qué había sido del ganador.

En cuanto salió de la sala de conferencias, un chico que se presentó bajo el nombre de Alfredo le dijo que era amigo del tal Martin Summer y que sabía cómo dar con él. El fundador de la editorial se quedó cerca de él y esperó a que efectuara su llamada. Se dijo para sí mismo que no estaba todo perdido, aún había un pequeño rayo de esperanza para que su gala saliera a pedir de boca y también para felicitar al merecidísimo ganador.


3 de julio de 2019

Broca (I)

-  ¿Dónde os habéis metido tú y Martín? ¿No veníais juntos? Tío, tenéis que daros prisa, ya han anunciado al ganador y creo que es tu hermano. Aquí está todo el mundo expectante porque no ha subido nadie a recoger el premio, y no veas lo mosca que está el segundo, que además es quien ganó en la edición del año pasado, se ve. Porque Martín se presentó bajo el pseudónimo de Martin Summer, ¿no? Menuda originalidad, el amigo. … Laura, ¿estás ahí? … ¿Lau?

Efectivamente, Laura estaba al otro lado de la línea telefónica, pero llevaba un buen rato en estado de shock y la buena nueva que le acababa de comunicar su amigo Alfredo no hizo más que acentuar su desorientación y su incertidumbre. Alfredo no se dio por vencido y siguió diciendo el nombre de su amiga durante algunos segundos, alzando cada vez más la voz por si su móvil había descolgado sin querer. Cuando se dio cuenta de que todo el mundo a su alrededor lo estaba mirando por los berridos que pegaba, se quedó en silencio un instante y atinó a escuchar unas voces de fondo que poco a poco fueron sonando más nítidas y el sonido inconfundible de unas ruedas chirriantes que ya habían dado mucho uso. Lo siguiente que llegó a sus oídos le solucionó las dudas.

Laura vio que traían a su hermano a la habitación y solo entonces su cuerpo reaccionó haciendo que levantara la cabeza. Justo detrás entró un médico. Este, al ver que obviamente la chica se había percatado de su llegada, se apresuró a comunicar el estado de su familiar con una voz cercana a la par que firme. Martín estaba fuera de peligro, de eso no había duda, aunque debería quedarse unos días allí en observación. No obstante, como consecuencia de la contusión que había sufrido, habían detectado una alteración en la parte izquierda del cerebro, cerca de la zona encargada de producir el lenguaje. A pesar de que el médico comenzó a explicar las repercusiones de esa lesión cerebral, Laura, que creía haber escuchado todo lo necesario, no atendió a sus palabras. Solo se quedó con la primera parte, que era clara como el agua y significaba que su hermano iba a ponerse bien. Eso era lo único que importaba.

No sabía qué hacía su teléfono móvil en la mano, pero cuando se fijó, distinguió la voz de Alfredo volviendo a decir su nombre. Se acercó el teléfono a la oreja y oyó a su amigo exclamando desesperado que qué les había pasado y cómo era posible que estuvieran en el hospital. Antes de que Laura pudiera responder, Alfredo ya estaba preguntando por la habitación en la que estaban para acudir inmediatamente a ver a los hermanos Anvero. Fue justo después de contestarle cuando cayó en la cuenta de lo que había pasado en los últimos minutos y lo que eso significaba. Por un lado, su hermano había quedado primero en el concurso literario al que se había presentado semanas atrás, y por otro lado, tal y como había dicho el médico, el golpe en la cabeza le impediría comunicarse correctamente. Martín había ganado el primer premio, pero jamás podría volver a escribir.

1 de abril de 2019

Perenne

Acercó su mano hacia el flexo, un flexo de luz blanquecina. Siempre que lo hacía, observaba cómo se marcaban las sombras de las venas por sus dedos y pensaba en cuán frágiles somos. Un pequeño corte podía suponer debatirse entre la vida y la muerte, y tras ese pensamiento le entraba una inexplicable inquietud. “Los más inteligentes y los más asustadizos…”, se dijo a sí misma, pareciéndole curiosa esa paradoja tan frecuente en el ser humano.

Entonces pensó en las plantas de su terraza. De repente lamentó todas las veces que había cortado una rama de más a sus hortensias, cada vez que había arrancado una flor a su caléndula, cada vez que se había olvidado de regar a su bonsái. A este último le había puesto nombre, Iifa, y era el único ser de hojas verdes que quedaba en su pequeño rincón. Cuando se sentía nerviosa, se sentaba cerca de él y reflexionaba sobre lo que le sucedía, aunque, lejos de serenarse, al principio todos los caminos le llevaban, en este caso, a una cascada de pensamientos que le costaba alejar de sí misma.

En esos momentos de impotencia, miraba a Iifa y se preguntaba cómo podía seguir en pie todavía. No era precisamente una erudita en el cuidado de las plantas, y no habían sido pocas las veces que había acabado acortando, directamente aunque sin querer, la vida de sus vegetales. No se explicaba cómo algo tan pequeño podía sobrevivir durante tanto tiempo en unas condiciones, cuanto menos, mejorables. Hasta que un día cayó en la cuenta de lo que representaba su bonsái.

No se había dado cuenta hasta ese momento de que Iifa no era un árbol diminuto, sino una proyección de ella misma en miniatura. Al igual que la maltrecha vida del bonsái de su jardín, la suya no había sido lo que se dice un camino de rosas: había estado llena de pérdidas, despedidas y separaciones, de idas y venidas, de muchas más desventuras que aventuras. Ya ni recordaba cuándo había empezado aquella mala racha, aunque más que una racha, esa dinámica se había convertido en una constante; tanto, que cualquier otra persona se habría rendido mucho tiempo atrás.

No obstante, y a pesar de ello, nada ni nadie le había impedido seguir adelante durante todos esos años. Guardaba una fortaleza en su interior que solo brillaba en las más oscuras ocasiones, y que, al igual que la actividad sin descanso de Iifa en su rutina de intercambio de gases, permanecía siempre latente esperando el momento idóneo para aparecer. Por eso, por más que soplaran vientos fuertes, acababa recomponiéndose una y otra vez. Ella siempre permanecía al pie del cañón para después florecer más bella que nunca.

3 de marzo de 2019

El Caso del ''Artistarita'' (Parte 1)


 ¡Hola a todos! Soy Juanma o, como se me conoce en Twitter, @JuanmaElric. A partir de ahora colaboraré de vez en cuando en el blog. Mis entradas tienen un estilo distinto a las de Isa, ¡pero espero que os gusten igualmente! ¡Un saludo y disfrutad leyendo!



–... y por lo tanto, mi conclusión es que los ríos y las rías son lo mismo, ¡pero las náyades le cambiaron el nombre para confundirnos! –La joven de pelo castaño puso una sonrisa triunfal mientras se ajustaba las gafas con una mano y sujetaba el volante del coche con la otra, orgullosa del argumento que acaba de dar a su acompañante.
Al oír esto, la chica de pelo negro que se sentaba a su lado soltó un suspiro de exasperación mientras pasaba páginas en su tablet.
–Irene, llevamos exactamente 51 minutos con esta discusión, y no paro de repetírtelo. Aunque sean palabras parecidas y sean masas de agua, una es una corriente de agua dulce y otra es un cúmulo de agua de mar. Es como decir que el zumo de limón y el de lima son el mismo porque ambos son zumos de frutas.
–¡Es que lo son! Ambos tienen sabor ácido y son cítricos. ¡Te centras demasiado en los detalles, y no en lo elemental, mi querida Mary!
–Pues es preocupante para nuestro trabajo que no te centres en los detalles, la verdad –dijo Mary mientras se encogía de hombros y negaba con la cabeza–. Pero bueno, espero que al menos no le cuentes tu teoría cítrica a nuestro cliente. Por lo que sé es una persona tranquila, pero dudo que a ningún dueño de bar le guste oír esas cosas –Tras decir esto, Mary echó un vistazo a una aplicación de GPS de su tablet y dijo–: Ya estamos en la calle Duque de Robles. Aparca donde puedas, que el bar de batidos está a la vuelta de la esquina.
–¡Señora, sí, señora!
Irene hizo un saludo similar al que se le hace a un militar y aparcó el coche en paralelo entre dos motos. Tras ello, las dos chicas salieron del coche, Irene sacó un maletín del maletero y cerraron tanto el maletero como el coche, para dirigirse acto seguido hacía el edificio que estaba a unos metros.

Al estar de pie la una junto a la otra se notaban claramente las diferencias entre las dos chicas, tanto físicas como en personalidad. Por un lado, Irene tenía pelo de color castaño, ondulado y bien peinado y a media altura, era bajita, estaba gorda y andaba con paso firme y decidido, directa hacia cualquier lugar al que sus pies se dirigieran; por otro lado, Mary tenía pelo largo, liso, negro y despeinado, con extremos apuntando a todas direcciones, era de estatura media y bastante más delgada que Irene, y tenía unos andares pausados y perezosos, parándose a menudo a observar objetos que veía por la calle con sus ojos marcados por las ojeras. Por lo que respecta a su vestuario, Irene llevaba lo que ella consideraba una ropa propia de su oficio: unos pantalones y chaqueta de color ocre, esta última encima de una camisa blanca y complementada con una corbata marrón y una boina con visera del mismo color. Por otro lado, Mary, que no compartía el estilo de su compañera, meramente llevaba una sudadera con capucha gris con un dibujo de una lupa y unos pantalones cómodos de color azul oscuro.

En cuanto al edificio al que se dirigían, se trataba de un establecimiento bastante pintoresco, con una fachada con un aspecto relativamente nuevo que contrastaba con las de los negocios contiguos. En el letrero se podía leer el nombre del lugar ”Bartidos”. Al leer el título, Irene soltó un comentario con una risita. –Se ha comido el coco con el nombre, ¿eh, Mary?
–Por favor, Irene, meterte con los clientes no es bueno para el negocio. –Aun habiendo dicho esto, su ligerísima sonrisa hizo evidente para Irene que el comentario le había hecho gracia.
Acto seguido volvió a su expresión seria y continuó–: Además, te he oído hacer chistes peores. En fin, entremos antes de que te oiga insultarle más, ya que según la excesivamente larga ficha personal que nos mandó, es ‘‘un elfo con un gran oído’’.
–¡Desde luego que lo soy!
Una larga figura les abrió la puerta. Era delgado y bastante más alto que Irene, pero a Mary solo le sacaba una cabeza. Tenía una mirada afilada, un pelo largo y rubio y unas orejas picudas. Llevaba un pantalón negro, una camisa verde y un delantal blanco sobre la misma. El delantal estaba lleno de manchas de distintos colores y formas de las que surgían olores afrutados.
–Y desde luego, tengo que probar los cocos en cada tanda que me mandan, ¡mi batido de coco ha recibido muchos elogios! –Se cruzó de brazos con una sonrisa altiva, para después preguntar–: En cualquier caso, ¿qué desean de mi persona?
Irene miró de reojo a Mary con una sonrisa pícara, como diciéndole que quería seguir tomándole el pelo, pero la expresión seria de su compañera era un claro indicativo de que no era el momento, de modo que se aclaró la garganta rápidamente y exclamó unas palabras que claramente estaban ensayadas.
–Cuando la sombra de los criminales acecha a las buenas gentes de esta ciudad, dos luces se alzan para combatirla. ¡Puede respirar tranquilo, ciudadano, pues se encuentra ante las dos mejores detectives esta gran ciudad: Irene Marple y Mary Hyde!
Su discurso culminó con una pose en la que se puso una mano en la cadera, y con la otra sujetó la visera de su gorra marrón. Mary mantuvo una expresión desinteresada, con una mano en su tablet y la otra metida en el bolsillo interior de su sudadera, y solo sacó dicha mano para hacer un sencillo saludo con ella.
–No está mal la puesta en escena, pero os falta coordinación y elegancia. No me siento impresionado –dijo el cliente con un deje condescendiente–. Pero bueno, se ve que sois las detectives con las que contacté por correo electrónico. Pasad, pasad, ¡y sed testigos de la gran tragedia que ha acaecido sobre Éldelbar, el artista incomprendido!

A Irene le molestó un poco ese comentario, pero procuró dejarlo pasar. Respetar las peculiaridades de los clientes era parte del trabajo. Irene y Mary entraron en la tienda y se encontraron lo que parecía ser la escena de un crimen. El suelo estaba manchado en varias zonas con zumos y batidos de diversos colores, así como de restos de diversas frutas espachurradas, y había un olor en el aire que solo podía identificarse como el de una macedonia de frutas. En una de las paredes estaba escrita la palabra “Vertido” con zumos de tonos rojos, y todavía goteaba líquido de varios de los surtidores. Encima de varias de las manchas se divisaban a su vez varios puntitos de algo brillante, pero desde la puerta no se podía distinguir qué eran exactamente.
–Desde luego este lugar parece estar “zumido” en el caos, ¿no crees, Mary?
Irene dio un ligero codazo a su compañera. Estaba convencida de que sus chistes le hacían gracia a Mary, aunque no soliera expresarlo con minucias tales como risas y demás. De todas formas, Mary tampoco era una persona muy expresiva, así que para Irene hasta la más mínima curvatura hacia arriba de su boca le parecía un éxito.
Sin levantar la mirada de su tablet, y aparentemente ignorando la gracia de su compañera, Mary mandó un mensaje con su tablet a Irene para que su cliente no la oyera:
–“No me cae bien este cliente. Interrógalo tú mientras yo examino la escena del crimen”.
Antes siquiera de obtener respuesta de Irene, se puso unos guantes de látex, y se dispuso a investigar la zona. En primer lugar examinó las ventanas y cerradura de la puerta.
–Mm, la cerradura está intacta y no hay signos de que hayan forzado la puerta o las ventanas… –Mary anotó los datos en su tablet, y, aunque tuviese dudas razonables sobre cómo pudo entrar el culpable, prefirió esperar a haber recopilado más información antes que elucubrar en base a las primeras pistas obtenidas.
Cuando terminó de escribir, se dirigió hacía las manchas de zumo y empezó a tomar muestras de las diversas sustancias allí derramadas, para después abrir una solapa de su tablet e ir echándolas una a una para analizarlas.
–Zumo de tomate, batido de fresa… No parece haber nada fuera de lo normal… Mmm, ¿qué es esto?
Encima de varias manchas de sirope encontró unos polvos brillantes, los cuales estaban pegados al mismo. Del maletín de Irene sacó una espátula y arrancó un trozo de ese sirope manchado de los polvos, y empezó a analizarlos en su tablet.
–Tsk, tendrán que separarse los dos elementos primero, la licuación va a tardar... –masculló entre dientes mientras se rascaba su despeinada cabeza, para acto seguido seguir investigando otras zonas de la sala, escuchando de vez en cuando trozos del testimonio de Éldelbar.

Mientras Mary examinaba la escena, Irene mantuvo una charla con Éldelbar sobre lo sucedido, con una libreta y un bolígrafo en sus manos para tomar nota. Tenía un brillo en la mirada, pues obtener los primeros datos del caso, las primeras piezas del puzle, siempre la emocionaba y estaba deseando empezar a encajar las pistas.
–Dígame, entonces, ¿qué sabe sobre lo ocurrido?
–Ah… para responder a tal pregunta es necesario que me siente para recomponerme.
El elfo acercó una silla cercana y se derrumbó sobre ella dramáticamente. Gesticulando y posando de formas poco eficientes para contar una historia, continuó:
–Pues bien, ayer, tras finalizar la jornada, estuve un rato más de lo normal dentro del establecimiento porque, verás, soy lo que en algunos círculos se puede considerar un ‘‘artistarita’’, término que yo mismo he acuñado, pues soy a la vez un artista y un sibarita. Mi trabajo no consiste solo servir bebidas frías, ¡también viene con el deber intrínseco de crear nuevos brebajes, de innovar y crear sabores nuevos que deleiten los paladares de los sibaritas que vienen aquí! Y de la gente que no sabe apreciar mi talento también, supongo… –Al hablar de esa otra gente se cruzó de brazos con una expresión molesta en la cara–. Eh, ¿lo estás anotando todo? Es importante.
–¿Eh? ¡Ah, sí, sí, todo anotado! –En realidad no tenía nada anotado, pues nada de esa información parecía relevante–. Pero ¿podría ir al grano? Y céntrese en lo esencial, por favor –Irene se estaba empezando a impacientar, pero procuró mantener una sonrisa cortés, aunque el repiqueteo de su bolígrafo contra su libreta la delataba.
–Pse, ¿ir al grano? ¡Pero si aquí no trabajamos con arroz! En fin, como te iba diciendo… Tras una conferencia de media hora sobre los matices de los batidos según las frutas que les eches y sobre cómo nunca se debe echar arroz en los zumos, durante la cual la sonrisa de Irene se iba haciendo cada vez más forzada según su paciencia disminuía, finalmente llegó a la parte relativa al suceso.
–Tras cerrar la puerta del establecimiento, me dirigí hacia mi morada, y cuando retorné al día siguiente, ¡oh, tragedia!, me encontré con esta escena.
–O sea que después de todo este rollo seguimos en el punto de partida. Seguro que Mary sabía que iba a ser de esta clase de cliente –pensó Irene para sus adentros–. ¿Echa en falta algún bien u objeto de valor?
–No, mis pertenencias siguen aquí, salvo que como puedes ver están todas desperdigadas por el suelo. Esto parece hecho por un agente del caos, ¡pues solo está destrozado por el simple placer del destrozo! –Éldelbar bajó la mano que había alzado hacia el cielo y la cerró en un puño, haciéndola temblar ligeramente de rabia contenida–. ¡Y sé quién es ese agente, por mucho que la policía me diga, “¡no se puede acusar a alguien sin pruebas!”, yo estoy convencido de que esta debacle es obra suya!
–¿Oh? ¿Por fin una posible pista? –pensó Irene, sin poder ocultar su alegría porque por fin su cliente parase de irse por la tangente–. ¿A quién se refiere? ¡Cuénteme!
–Ju, ju, ju, me alegra que me hagas esa pregunta. ¡Sin duda tu eres una agente del orden! ¡La culpa es del dueño de la frutería de enfrente, sin duda alguna! Desde que me instalé aquí ha sido mi más acérrimo rival, ¡y más desde la singular batalla que libramos! No entraré en detalles, ¡pero todo fue por su culpa, por decir que deberían tirarme tomates a mí y a mi establecimiento! Me disgustó tanto que desde hace un tiempo he retirado todas las recetas que incluyan tomate. –En ese momento se quedó callado durante unos segundos con una mano sobre su frente, para después dar un golpe con su puño en la palma de su otra mano–. ¡Es más! Llevo días viéndole merodear por mi establecimiento pero nunca entra. ¡Sin duda estaba buscando brechas en mi sistema de seguridad para colarse cuando menos lo esperara!
Irene se sorprendió de cuánta información había salido de esas últimas frases, sobre todo teniendo en cuenta las divagaciones de sus previas declaraciones.
–Entiendo, esa información puede ser de utilidad, pero espero que comprenda que necesitamos investigar un poco más antes de acusar a nadie, señor Éldelbar. –Irene se dirigió entonces hacia Mary, y le dijo–: ¡Eh, Irene, tengo una pista! ¡Voy a la frutería de enfrente! ¿Cómo vas por ahí?
–El análisis de una de las pruebas se está tomando su tiempo –Gruñó ligeramente, pues por muy buena que fuera su herramienta, hay casos en los que el proceso de análisis trae problemas–. Pero por lo demás he terminado. Te acompaño.
–¡Estupendo, vamos entonces! No se preocupe, Sr. Éldelbar, ¡encontraremos al culpable!
Antes de salir, Irene sacó su móvil y respondió al mensaje que le mandó Mary hace un rato.
–“Por encasquetarme el interrogatorio de este tipo, que sepas que te toca limpiar el baño del despacho la próxima vez”. –Mary leyó la respuesta en cuanto le llegó y respondió mostrando una media sonrisa.

11 de febrero de 2019

Montaña rusa


“Solo este sábado, compra dos entradas y paga una. ¿Vas a perder la oportunidad de divertirte en compañía por la mitad de precio?”. Así rezaba el panfleto que se encontró Amy con la oferta sobre el parque de atracciones que se hallaba en su ciudad. Hacía muchos años que no iba, de modo que no se pensó dos veces si debía aprovechar el descuento, como, de la misma manera, tampoco tardó en ocurrírsele con quién ir.

Antes de volver a su casa, pasó por la de Tammy, la vecina de al lado. Aunque más que una simple vecina, realmente era su amiga. Además, por casualidades de la vida, habían nacido exactamente el mismo día, lo que hizo que estuvieran muy unidas desde que tenían uso de razón.

Tammy tardó unos instantes en abrir puesto que no esperaba a nadie. Al tiempo que abría la puerta, y antes de que pudiera mediar palabra, Amy, visiblemente emocionada, le enseñó el panfleto. A Tammy le costó reaccionar ya que su amiga tendía a trabarse cuando hablaba muy rápido, como en este caso, y el hecho de que le hubiera presentado el papel a escasos centímetros de la cara no ayudaba precisamente a distinguir de qué se trataba. En esas ocasiones solo cabía esperar a que Amy se calmara, y así lo hizo mientras se dedicaba a mirarla con intriga y cierta impaciencia. En cuanto la verborrea hubo acabado, llegó su oportunidad de preguntar, ahora sí, qué le había llevado a hacerle una visita a esas horas y a santo de qué venía tanta expectación.

Cuando conoció toda la información, Tammy se mostró reticente a acompañarla a pesar de que sabía que no podría resistirse para siempre, pues Amy era de lo más insistente a la hora de organizar planes. No obstante, una parte de ella echaba de menos pasar tiempo con su vecina favorita y se acabó convenciendo de que todo desembocaría en una tarde entretenida. Tras decidir la hora de la cita, cada una se adentró en su casa y volvió a su rutina hasta que llegara el tan ansiado día.

Parecía que la semana no iba a acabar nunca, pero el sábado llegó antes de lo que ambas esperaban. Como era lógico, habían acordado que el punto de encuentro fuera su vecindario y, además, que Amy pasaría a recoger a Tammy. Los nervios de esta última la traicionaron, haciendo que tardara más de la cuenta en prepararse. No obstante, esto no supuso, a priori, ningún contratiempo, ya que Amy estaba acostumbrada a llegar la primera a los encuentros y planeaba los horarios pensando en su más que probable antelación.

Durante el camino, Tammy se disculpó por la tardanza en diversas ocasiones, pero su amiga hizo oídos sordos, pues no valía la pena que le diera más vueltas de las necesarias a un asunto que no había perjudicado a nadie. Antes de alcanzar su meta, las dos vecinas hablaron, entre otras cosas, sobre cuántas veces habían dejado entrever sus ganas de ir juntas al parque de atracciones y de las innumerables y divertidas experiencias que habían vivido las dos a lo largo de los años que se conocían. Entre las incontables risas, también hubo lugar para algunos momentos de silencio, que lejos de resultar algo incómodo, les sirvió para darse cuenta de lo afortunadas que eran por poder contar con una persona con quien era tan fácil entenderse.

Pero tan pronto como llegaron a su destino, el cielo empezó a encapotarse. Tammy empezó a sentir cierta inquietud cuyo origen desconocía y algo en su interior le decía que había sido mala idea acudir allí, que todo eran señales de mal augurio. Y para colmo de males, el parque estaba abarrotado, hasta tal punto que había colas interminables para subir a todas las atracciones. Todas excepto una: la montaña rusa. A Amy le resultó extraño que solo aquella parada, uno de los elementos principales y más característicos, estuviera tan falta de público, pero hizo caso omiso a tan extraña situación, de la misma manera que había hecho con toda la sucesión de eventos ocurridos desde que pusieron un pie allí. En aquel momento solo pensaba en divertirse con su vecina y pasarlo en grande. Aunque pronto acabaría dándose cuenta de que no todo iba como esperaba.

Cuando se giró para preguntarle a Tammy si le parecía bien invertir la estancia subiendo y bajando por aquellos raíles mientras levantaban los brazos y chillaban para descargar tensiones, se dio cuenta de que su amiga parecía desolada. Sin saber muy bien cómo reaccionar, le preguntó qué era lo que pasaba. La respuesta la sorprendió tantísimo que tardó unos segundos en reaccionar. Tammy creía que por su culpa, por haber tardado más de la cuenta en arreglarse y salir, las atracciones se habían llenado de gente antes de su llegada y ahora ya no podrían llevar a cabo todos los planes de tenían en mente. Se había bloqueado y solo quería volver a casa, pero, por suerte, su amiga la acabó convenciendo para que se quedara. Amy sabía que no podía ofrecerle gran cosa, pero al menos intentaría aprovechar el tiempo y la compañía de su vecina favorita.

La suerte de no tener que hacer cola en la montaña rusa posibilitó que ambas amigas pudieran subirse cuantas veces quisieran, lo que provocó que, poco a poco, Tammy se sintiera cada vez más a gusto. Para cuando anocheció, ya habían perdido la cuenta de las veces que habían montado en esa parada, y las dos estaban mucho más relajadas después de haber pasado la tarde entera divirtiéndose como dos enanas.

De camino a casa, Amy se veía en la obligación de preguntarle a Tammy cómo lo había acabado pasando. Esta tardó unos segundos en responder debido a que empezó a darle vueltas al hecho de que, a pesar de no haber salido todo tal y como habían organizado, el encuentro se había desarrollado de forma natural y no había echado de menos montar en el resto de atracciones, ni estar rodeada de más gente, ni nada por el estilo. Simplemente se dio cuenta de que había empezado a divertirse en el momento en que se olvidó de aquello que le preocupaba. Por eso, pensó en cómo podía agradecerle a su amiga que hubiera pensado en ella cuando vio el panfleto y que hubiera insistido, hacía escasas horas, en que se quedara para poder seguir disfrutando de aquel plan juntas. Sin explayarse demasiado, y teniendo constancia de que Amy iba a entender su respuesta, contestó: “La verdad, ha quedado una buena tarde. ¿Pero qué te parece si a la próxima invito yo?”.

18 de enero de 2019

Apocalipsis


Hacía semanas que el sol no se dejaba entrever. Una ligera pero constante lluvia de ceniza se había apropiado de la ciudad unos días atrás, los suficientes como para que la gente caminara ya sin demasiada preocupación por sus calles. Al menos así sucedería de no ser por una amenaza aún mayor: la humanidad. O mejor dicho, la falta de ella.

En tiempos de necesidad, más que la ley del más fuerte, predomina la protección entre los miembros de una misma familia. Es lo que tienen las grandes ciudades, que, donde la inmensa mayoría de sus habitantes son desconocidos entre sí, lo mejor es barrer para casa. Y ese era el verdadero propósito de Micah, salvaguardar a su familia por encima de todas las cosas.

En contra de todo pronóstico, este objetivo había llegado a ser cada vez relativamente más sencillo a causa de que la ciudad había visto mermada una parte considerable de su población. Durante los primeros días de oscuridad, la gente permaneció en constante alerta, ojo avizor a aquello que pudiera entenderse como una mejora o, como realmente desembocó, en un empeoramiento de la situación. Como consecuencia, y debido principalmente al inicio de esa extraña y fúnebre lluvia, muchas personas huyeron buscando un lugar donde reencontrarse con la luz natural, y otras tantas no pudieron soportar el peso de la incertidumbre y usaron cualquier cosa que tuvieran a su alcance para acabar rápidamente, y de la forma más indolora posible, con su vida. Alguien había decidido rendir homenaje en estos últimos casos y hacer sonar las campanas de uno de los campanarios de la ciudad, hecho que acabó resultando una tortura para quienes todavía seguían en pie.

Uno de los tantos redobles de campanas distanció a Micah de sus pensamientos, unos pensamientos que se habían anclado en la muerte de su hijo pequeño, de apenas unas semanas, hacía exactamente 106 horas. Nathan había tenido la “fortuna” de nacer el día en que se inició la oscuridad. A pesar de ser una situación repentina, sus padres habían preparado provisiones en casa debido al nacimiento de su segundo hijo, hecho que les ayudó a evitar la inicial locura colectiva por los alimentos. Sin embargo, durante las primeras horas de la lluvia de ceniza, la salud de Nathan empezó a decaer. Sus jovencísimos pulmones no estaban preparados para soportar algo así, y esa misma mañana falleció.

Micah siguió de camino a casa y cuando llegó, vio que la puerta estaba entreabierta. Llegaba de investigar en solitario la condición del vecindario y de intentar recabar información sobre el avance de ese clima tan adverso. Jamás habría imaginado que su refugio no fuera seguro para su familia, así que tardó unos segundos en reaccionar. Cuando por fin sus piernas le respondieron, entró en el piso y halló a su pareja y a su primogénito desangrados en uno de los dormitorios. Fugazmente, le pasó por la cabeza un posible escenario sobre cómo se había llevado a cabo la matanza, pero muy pronto aquel abrasamiento en su interior floreció en unas ansias inevitables por encontrar al culpable.

Se puso en marcha. Sin saber en qué dirección correr, como si se guiara por el impulso de un motor, buscó por el bloque como un sabueso.
Subió las escaleras. Solo cabía ir hacia arriba, pues si hubiera huido por el portal se lo habría encontrado de frente al entrar.
Observó el entorno. Entre tanta mugre, debería haber un indicio del camino a seguir.
Agudizó el oído. No podía haber ido muy lejos.
Paró unos instantes. Estaba cerca.
Y lo vio. En el terrado. Sentado. Admirando la puesta de sol. Con un juguete en la mano. El juguete favorito de su hijo.

La venganza empujaba a Micah a actuar, pero la poca parte racional que le quedaba señalaba que era mejor irse. Y así lo hizo. Lo que realmente no sabía es que su objetivo no era evitar males mayores, ahora poco importaba lo que le sucediera. Se había dado cuenta de que no tenía ninguna arma con la que enfrentarse a aquel despojo de persona, de modo que bajó de nuevo las escaleras en busca de algo que le permitiera ser eficaz. Halló unos cristales rotos en el suelo, lo suficientemente grandes como para valerse de alguno de ellos, y se dispuso a cazar. No le importaba que sus manos fueran a sufrir efectos colaterales, ya no; su objetivo primordial era vengarse.

Volvió a subir rápidamente hasta el terrado y allí permanecía aquel ser, despreocupado por todo lo que sucediera a su alrededor. Para cuando se dio cuenta, Micah se había abalanzado sobre él y el cristal rozaba ya su cuello. Micah tuvo, durante un segundo, pensamientos contradictorios sobre si valía la pena transformarse en aquello que estaba a punto de matar. Mas aquella sería la última vez en que tuvieran lugar ese tipo de disonancias. Sin mediar palabra, ahondó el cristal en la garganta de aquel tipo hasta el punto de no saber dónde acababa la sangre de sus manos y empezaba la de su víctima. Una vez hubo acabado aquel espectáculo de color rojo, la escena cautivó tanto a Micah que algo se activó en sus adentros. Sin familia. Sin pretensiones. Sin seguridad. Nada le empujaba a seguir respirando. Pero la satisfacción del momento conllevó una metamorfosis. Matar fue gratificante. Y quería volverlo a hacer de nuevo.


En aquel preciso instante, Micah murió, y de sus cenizas resurgió un fénix sediento de sangre. A partir de ahora, segar vidas sería su misión.

15 de enero de 2019

¡Inauguración!


¡Sed bienvenidos y bienvenidas a mi último, y esperemos que definitivo, blog!

Aquí encontraréis diversos escritos sobre la vida en general y sobre cualquier cosa que se me vaya ocurriendo. La idea principal es que sean independientes y rápidos de leer, ¡espero conseguirlo! Sentíos libres también de proponerme temas sobre los que escribir.

Y como lo bueno, si breve, dos veces bueno… Gracias por entrar, ¡espero veros pronto por Seven Lives Lived!