13 de febrero de 2021

Dejar atrás

Sabía que no iba a volver. Aún no se había hecho a la idea, pero lo tenía claro. La noche anterior había estado revisando sus pertenencias y decidiendo qué iba a meter en aquella bolsa de viaje. A lo largo y ancho de la casa, no eran pocos los objetos de valor que inundaban las estancias, por eso le fue harto complicado hacer sus elecciones. Fue entonces cuando se preguntó: “¿Seguro que esto es lo que quiero?”.

Antes de marcharse, revisó cada una de las estancias por última vez para comprobar que llevara lo imprescindible. Le gustaba asegurarse de que todo estuviera bien atado, tanto, que a veces se pasaba de rosca. Pero toda precaución siempre es poca. En cuanto cogió las llaves para salir, un escalofrío recorrió su espalda, de tal forma que su estremecimiento hizo tintinear las llaves. ¿Seguro que eso era lo que quería?

Negó con la cabeza, intentando quitarse de encima esos pensamientos intrusivos, y abrió la puerta. Cogió la bolsa de viaje, que había quedado más ligera de lo que esperaba, y miró atrás por última vez. En el fondo, echaría de menos pasar el tiempo en su tan querida habitación, recorrer el interminable pasillo y, especialmente, sentir la brisa y el calor del sol en el florido balcón. Aun así, había llegado el momento de abandonar la casa que la había visto crecer. Salió, cerró la puerta y empezó a girar la llave para dejarlo todo a buen recaudo. Cuando dio la última vuelta, se quedó mirando fijamente la cerradura con la mente en blanco, sin ver nada más allá que una serie de imágenes desordenadas, fruto de sus pensamientos. ¿Seguro que esto era lo que queríamos?

Con las energías en reserva, sentía que sus fuerzas pendían de un hilo, como una vela que lucha por mantener viva una llama entre la cera líquida. Sin embargo, no osó volver atrás. Nunca había mostrado ningún signo de debilidad, y esa no iba a ser la primera vez. Firme y decidida, se alejó cada vez más, mientras sentía que una parte de sí misma se iba diluyendo con cada paso que daba. Efectivamente, poco a poco dejó de ser ella misma, pero ¿seguro que era lo que quería?

15 de octubre de 2020

Filtraciones

Tocó el césped con la yema de los dedos. Una ligera sensación de humedad invadió sus sentidos hasta el punto de paralizar sus pensamientos. Hacía bastante rato que se había sentado en la hierba, pero no fue hasta que sus manos empezaron a tocar aquel particular y extenso cojín cuando se dio cuenta de la condición del mismo. Ya no valía la pena levantarse, nada iba a impedir que el agua que no se había filtrado en la tierra calara en ella.

Ante tal panorama, decidió quedarse sentada, con los ojos cerrados, en armonía con la naturaleza. Entonces, una cadena de dolorosos recuerdos se instaló en su cabeza, hasta tal punto de quedar desconectada de aquella profunda paz en la que estaba inmersa. Sin darse cuenta, empezó a buscar solo con sus manos la alfombra verde sobre la que descansaba para, esta vez, hundir la pequeña porción de terreno que quedara bajo los extremos de sus extremidades.

Poco a poco, el terreno fue cediendo cada vez más ante la presión. Seguía sentada en el césped, pero cualquiera que la hubiera visto en ese momento, habría dicho que estaba empezando a formar parte de él. Porque ya no eran solo sus manos las que compartían la humedad del terreno, sino tambien sus piernas y parte de los brazos. Se hundía junto al terreno. Sucumbía a él. Cada vez, el espacio era más profundo; cada vez, resultaba más complicado deshacer lo iniciado.

Seguía empujando hacia abajo (¿o tal vez fuera la tierra quien había decidido tirar de ella?) sin poder pensar en las consecuencias. Tan automático fue el proceso que pronto acabó deslizándose bajo la superficie.

La tarde llegó a su fin. El sol terminó de ponerse y ya no había motivos para permanecer allí. Con todo el día a sus espaldas, era hora de volver a casa.


14 de marzo de 2020

Despropósito

No había plantado un árbol, sino 100. No había escrito un libro, sino 10. No tenía un hijo, sino 2.

La naturaleza estaba en deuda con ella, pero eso no significaba que ella estuviera tranquila. La fama le precedía, pero eso no significaba que ella estuviera satisfecha. Había criado a dos hijos como dos soles, pero eso no significaba que estuviera completa.

Había hecho todo lo posible por acercarse a ese ideal de felicidad. ¿Quizá estaba pidiendo demasiado? Llevaba años y años pensando en qué había hecho mal. Pensando en por qué ella no obtenía la plenitud que otras personas sí alcanzaban. Pensando en cuándo conseguiría hallarse en paz consigo misma.

Decepcionada por no llegar a la meta, se resignó. Aprendió a vivir con lo que tenía. Fue entonces cuando empezó a disfrutar de las pequeñas cosas que tenía cerca. De la suave brisa que jugaba con las hojas de los árboles. De la idea que se le había ocurrido para su próximo libro. De las risas de sus hijos desde la otra punta de la casa. Al fin, cuando dejó de buscar, se topó con la dulce melodía que llenaba su vida.

24 de julio de 2019

Broca (II)

- Sí, muy bien, poned las plantas ahí, cerca de la entrada. Con eso en su sitio, solo falta extender la alfombra roja y ya lo tendremos todo preparado para la entrega de nuestros Oscar particulares. Nunca se sabe cuándo puede ser el gran año…

Ricardo, fundador de la editorial que esa misma noche celebraba su día grande y presentador de la gala, estaba acabando de organizar los elementos que causarían la primera impresión del evento. Por ese motivo, estaba calculando milimétricamente su disposición, porque todo debía tener por objetivo atraer la atención de todo aquel que pasara por la avenida principal. Ya era la tercera edición de los premios y, como cada año, el hotel más prestigioso de la ciudad abría sus puertas y cedía una de sus salas de conferencias para acoger aquel acontecimiento. Lo hacía con la única condición de que todo corriera a cuenta de la institución organizadora; esa era su forma de apostar por el talento local.

No se podía decir que la editorial contara con suficiente presupuesto como para hacer algo ostentoso, pues era más bien bastante modesta y con una trayectoria no demasiado larga. Sin embargo, gozaba de relativa repercusión entre aquellos a quienes les era atractivo estar al tanto sobre posibles futuros escritores en mayúsculas, por eso optaba por sacrificar una parte del coste de los premios en organizar esa pequeña gala a modo de entrega y exposición del relato ganador. De este modo, no solo conseguía dar un pequeño empujón tanto al primer premio como a los finalistas, sino que el evento también ganaba cierta repercusión en la prensa, sobre todo la local, en las redes sociales y, algún día, por qué no soñar, en la televisión.

La gala estaba a punto de empezar. Ricardo, enfundado en el esmoquin que solo lucía una vez al año, estaba cerca del escenario para subir a escena dentro de escasos minutos. Él no formaba parte del jurado, ya que consideraba que desconocer el relato ganador le ayudaba a mantener la expectación y, de paso, a tener una reacción más natural cuando entregara el premio. No obstante, sí le gustaba leer todos los relatos finalistas, hecho que provocaba, obviamente, que tuviera algún que otro favorito. La composición de Martín, entre otras, lo cautivó, consiguiendo así que una parte de Ricardo quisiera que ganara. El presentador era también el encargado de dar la bienvenida a los finalistas, por lo que estaba sobre aviso de que faltaba uno de los escritores, y temía que la ausencia fuera de uno de sus favoritos.

Esperaron unos minutos, unos pocos más que los que se suelen dejar por cortesía, pero la gala de premios no podía demorar más su pistoletazo de salida, de modo que dieron inicio sin la presencia de Martín. Tras una introducción demasiado extensa, unos cuantos agradecimientos a las entidades colaboradoras y algún que otro comentario con un toque de humor, se procedió a conocer al ganador. Del sobre salió un claro “Martin Summer” y todo el público comenzó a aplaudir. Pero nadie subió al escenario para recoger el galardón. Impaciente, Ricardo volvió a nombrar al ganador. El resultado fue el mismo. Era la primera vez que pasaba algo así y no sabía cómo actuar. Así que, un tanto desconcertado, y de forma inesperada dada la corta duración de la gala, decidió conceder un descanso de 15 minutos e intentar averiguar qué había sido del ganador.

En cuanto salió de la sala de conferencias, un chico que se presentó bajo el nombre de Alfredo le dijo que era amigo del tal Martin Summer y que sabía cómo dar con él. El fundador de la editorial se quedó cerca de él y esperó a que efectuara su llamada. Se dijo para sí mismo que no estaba todo perdido, aún había un pequeño rayo de esperanza para que su gala saliera a pedir de boca y también para felicitar al merecidísimo ganador.