15 de octubre de 2020

Filtraciones

Tocó el césped con la yema de los dedos. Una ligera sensación de humedad invadió sus sentidos hasta el punto de paralizar sus pensamientos. Hacía bastante rato que se había sentado en la hierba, pero no fue hasta que sus manos empezaron a tocar aquel particular y extenso cojín cuando se dio cuenta de la condición del mismo. Ya no valía la pena levantarse, nada iba a impedir que el agua que no se había filtrado en la tierra calara en ella.

Ante tal panorama, decidió quedarse sentada, con los ojos cerrados, en armonía con la naturaleza. Entonces, una cadena de dolorosos recuerdos se instaló en su cabeza, hasta tal punto de quedar desconectada de aquella profunda paz en la que estaba inmersa. Sin darse cuenta, empezó a buscar solo con sus manos la alfombra verde sobre la que descansaba para, esta vez, hundir la pequeña porción de terreno que quedara bajo los extremos de sus extremidades.

Poco a poco, el terreno fue cediendo cada vez más ante la presión. Seguía sentada en el césped, pero cualquiera que la hubiera visto en ese momento, habría dicho que estaba empezando a formar parte de él. Porque ya no eran solo sus manos las que compartían la humedad del terreno, sino tambien sus piernas y parte de los brazos. Se hundía junto al terreno. Sucumbía a él. Cada vez, el espacio era más profundo; cada vez, resultaba más complicado deshacer lo iniciado.

Seguía empujando hacia abajo (¿o tal vez fuera la tierra quien había decidido tirar de ella?) sin poder pensar en las consecuencias. Tan automático fue el proceso que pronto acabó deslizándose bajo la superficie.

La tarde llegó a su fin. El sol terminó de ponerse y ya no había motivos para permanecer allí. Con todo el día a sus espaldas, era hora de volver a casa.


No hay comentarios:

Publicar un comentario